Semanas de silencio, otoño cruelmente sencillo.
Valer la pena. Cambiar el mundo.
Cosas que aceptar, momentos para olvidar.
Que acabe este año de una vez. Y de otra vez también. Y si
puede ser que me sorprenda con una copa de Celeste en las manos, brindando por las
cosas sencillas. Que el resonar de las campanas de las doce se lleve los
pedazos, que de tanto pegarlos, ya no se mantienen unidos. Trocitos de corazón
esparcidos por los trescientos sesenta y cinco días que caben en un año de mi
vida cruelmente sencillo.
Y yo, adicta a vivir como en una montaña rusa, aún sigo
intentando abrocharme el cinturón. Que los pasajes de terror ya no me dan tanto
miedo. Ni la pendiente es tan alta como parecía ni la bajada me resulta
complicada.
Cientos de personas soy. Miles de personajes se cuelan entre
mi chaquetón verde preferido y mi piel, entre la piel y todas las capas que
existen hasta llegar muy adentro de mi esencia (esa que no reconozco). Rara vez
coinciden la una con la otra, rara vez se dan la mano, rara vez están de acuerdo
en algo.
Demasiado rápido para ser real. Demasiado fuego y tan poca
agua. Todo para que al final del día lo que necesites sea aliviar tus dudas
amando esos incendios.
“Dejarse llevar, suena
demasiado bien”. Querido Vetusta
Morla, lo clavaste.
Ser, así a secas. No serlo, también te seca las lágrimas.
Esperar ansiosa a descender en picado, ¿para qué? Ni siquiera
llevo la sonrisa puesta y mucho menos los ojos abiertos. Que contigo me basta,
que no me sobra. Que con todas mis protagonistas puedo acabar este, reitero,
sencillo otoño que me lleva al invierno.
Suficiente.
Colmada de estaciones, de días fingidos y sorpresas que no me
sobresaltan.
Pletórica. Tristemente feliz. Tímidamente enamorada de
nuestros siguientes trescientos sesenta y cinco días que nos esperan, a ti y a
todas mis compañeras perdidas en las mangas de mi chaquetón verde.
Directo al alma, con tu nombre de fondo y sin espacios. Con mucha pausa.
Julie-